jueves, 22 de mayo de 2008

Víctor Hugo en la revista Brando: "EL ÚLTIMO DANDY. Cuando el fútbol y la elegancia juegan para el mismo equipo"

Por Leonardo Almanza / Fotos de Fernándo Gutiérrez 
Publicado en la revista Brando del 20 de marzo de 2008
Los dandis también transpiran. Debe ser mentira que el otoño ya comenzó: en la cabina de transmisión de la cancha de Lanús se concentra un calor africano y Víctor Hugo sobrevive como puede, con bermudas beiges, pies descalzos, dos páginas de Olé desplegadas en el piso de cerámica para evitar el desfase térmico, una jarra con agua helada y una toalla blanca expandida sobre su hombro derecho, al estilo de los boxeadores desahuciados, para secarse el sudor.
Pero la toalla no es suficiente. De tan transpirada, de tanto "ataca River, responde Lanús, ta-ta-ta, no-quieran-saber-no-le-pregunten-a-nadie-el-gol-que-se-perdió-Falcao y adelante-estudios-centrales-con-los-otros-resultados-de-la-fecha", la chomba azul Francia de vh se recicló en azul marino. Su camiseta se oscureció como un eclipse. También Alejandro Apo, a cuestas de su físico de luchador de sumo, sufre el veranito rezagado. "Qué calor, nene", bufa el comentarista de voz de lija gruesa, cuando el micrófono se apaga.
Apo tendrá un trabajo complicado para explicar el triunfo final de River, las pitufeadas de Diego Buonanotte y las atajadas de Juan Pablo Carrizo: vh no sólo relata el partido, también lo explica, lo desmenuza, lo humaniza, lo poetiza. Es un analista magnífico. Y también polémico: su visión maniqueísta del juego y sus derivados (gloria y loor a los bilardistas y Mazorca pura y dura para los menottistas) genera algunos cosquilleos en el ambiente futbolero.
Pero vh, este hombre que ahora se derrite en el Estadio Ciudad de Lanús, es mucho más que un predicador del fútbol (y del tenis y del básquet, sus otros deportes favoritos). En su adn también cohabitan un periodista integral, un cinéfilo, un devorador de literatura, un viajero trashumante, un militante de la música clásica, la ópera, el teatro y la pintura, un coleccionista de arte, un catador de vinos y sigue la lista con todo eso a lo que se conoce como dandismo, el arte del buen vivir que en el Río de la Plata fuera patentado por Marcelo Torcuato de Alvear, Adolfo Bioy Casares, Ricardo Darín, Carlos Reutemann y, ya que estamos, Isidoro Cañones.
Los dandis transpiran, pero son coquetos. "¿Cómo, el fotógrafo no viene ahora?", suelta vh cuando advierte que, en su primer encuentro con brando, lejos de la cancha de Lanús, el cronista abre la puerta en solitario. "Había llamado a mi peluquero, que lástima", se justifica. El hombre, además, está bronceado: llegó ayer de Miami, donde pasó la última semana un poco mirando el Masters Series de tenis, otro poco conduciendo su mañanero programa de radio (por Continental, claro) y otro poco desperezado en las playas caribeñas. vh y Estados Unidos se llevan bien.

El hombre que viaja
vh no es de esos tipos que se deslumbran con filosofías orientales, metafísicas tibetanas o dharmas hinduistas. Su hoja de ruta es un clásico de clásicos, un must seen con podio instituido: Europa+Nueva York. "Yo voy a Roma, veo la columna de Trajano, y me sensibiliza, tiene un valor para mí. Por la base que tengo, puedo preparar un examen de la historia de cualquier ciudad de Europa en una semana. Ir a Asia y ver cosas de otra cultura no me llega", explica y, ay, qué pensarán los adoradores del yoga.
"Antes del Mundial de Japón y Corea del Sur, en 2002, había estado algunas veces en Asia y no la había pasado bien, no me había gustado. Y como me tocaba estar allí más de un mes, me propuse pasarla bien. No es lindo estar rezongando en un lugar desconocido. Por eso trabajé mucho en mi interior para disfrutar de otras cosas, de museos diferentes, de parques no tan convencionales, de una religión desconocida y de una historia desligada de mi vida. Y, efectivamente, la pasé mejor. Pero si me decís qué viaje quiero hacer en este momento, primero te digo París, segundo Nueva York y tercero el resto de Europa que conozco: Roma, Madrid y Londres. Y también incluyo a Praga, ya no tanto por la historia, sino porque tengo una buena relación con ese tipo de ciudades medianas como Budapest, Viena y Salzburgo, que integran un circuito funcional a uno de los ejes de mi vida: la música. Allí nacieron grandes compositores, que estrenaron obras, habitaron sus teatros y respiraron esa atmósfera tan especial", explica, sin detenerse un segundo, uno de los rioplatenses más viajadores del mundo.
Alguien, y es difícil adjudicar aquí los derechos de autor, dijo alguna vez que un buen periodista era aquel que tuviera un océano de conocimientos con una profundidad de un metro. Esto es, sin ser un especialista de nada, hablar de todo. Quienes traspasan esa frontera, y además de hablar también indagan, profundizan y divulgan, configuran algo más que buenos comunicadores. vh lo es: le fascina participar en debates o exposiciones sobre música, cine, pintura, literatura, deportes y otras yerbas. Semejante voracidad intelectual tal vez se explique en que vh eligió hace años el enemigo perfecto: la televisión.

La tele que no miramos
Un domingo de fútbol cualquiera, en Lanús o donde sea, vh podría desplazarse desde su cabina de transmisión hasta la mitad de la cancha y, micrófono en mano, dirigirse a la multitud para averiguar cuántos de ellos nunca alcanzaron a ver un programa entero de Marcelo Tinelli o Susana Giménez. Salvo que en el estadio se encuentre algún alien que haya vegetado en Siberia durante los últimos 20/25 años, nadie levantaría la mano. Es probable que el único lunático que jamás haya visto un programa de estas dos figuras omnipresentes de la tevé argentina, sea vh.
En 1989, un cable de la agencia efe enviado desde Japón cobró cierta relevancia en los manuales de periodismo porque incluía un dato original: "Hoy ha fallecido el emperador japonés Hirohito (1901-1989), uno de los pocos hombres del mundo que ha visto pasar el cometa Halley por el firmamento dos veces". En ese estilo, vh debería ser presentado en Wikipedia como: "Víctor Hugo Morales (Cardona, Uruguay, 26 de diciembre de 1947) periodista, relator deportivo, locutor, conductor, escritor uruguayo y único ciudadano de Argentina que sólo vio un programa de Marcelo Tinelli y otro de Susana Giménez".
El James Dean uruguayo se confiesa: "Soy un rebelde contra la televisión, porque mató al mundo que yo adoré, en el que me crié, el mundo de mi pueblo en Uruguay, un lugar de seis mil habitantes en el que había cine cuatro días por semana. Los sábados se daban dos funciones y los domingos abría a las dos de la tarde y seguía hasta la una de la mañana. También teníamos (y enfatiza la primera persona del plural) un campeonato de básquetbol de seis equipos, otro de fútbol de salón con ocho clubes, un gimnasio al que iban 300 o 400 personas cuando los partidos eran importantes. Y ese mundo se murió allá por 1970, año en el que comenzó una decadencia pavorosa. Cuando la tele entró en todas las casas del pueblo, el cine se convirtió en un mercadito, la gente dejó de sentarse en la vereda para charlar y la actividad social se terminó", monologa.
Lo que vh quiere decir es que la tele le arrebató, a él y al mundo que lo rodeaba, un sentido de pertenencia. De integración. Del ser contra el estar. Morales alude cuestiones seudo filosóficas: "Tengo un encono personal contra lo que la televisión significó en el mundo: convirtió a la gente en pasiva, en espectadora de algo que recibe sin dar nada a cambio, y que por otra parte lo que recibe ni siquiera es formativo, es entretenimiento en estado puro, sin valor artístico. Es cierto eso que sólo una vez vi un programa de Tinelli, y otra vez uno de Susana Giménez. Y no habré mirado más de tres o cuatro de Mirtha Legrand. Que no quede como algo peyorativo, debe haber cosas valiosas, pero simplemente yo no detecto programas de mi interés".
Vh no profesa tinellis, susanas, ni mirthas porque se encomienda a salidas más nutritivas: "Mi segundo programa de radio va de 19 a 21 y, cuando salgo, voy al cine, al teatro o a un concierto, por lo que vuelvo a casa a medianoche. Ahí podría hacer un poco de zapping, pero casi siempre prefiero avanzar al menos veinte páginas del libro que estoy leyendo".
Vh, entonces, podría parafrasear uno de los aforismos de Groucho Marx: "Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro". Su discurso antitelevisivo llegó a ser tan radical que, un día, su hija volvió a casa refunfuñando porque en la clase de teatro había que cantar temas famosos de televisión y la pobre Paula, desorientada, quedó al margen de la selección. A la hora en que los ratings llegan a su cumbre, entre las 21 y las 23, Paula y sus hermanos solían, y suelen, cenar en restaurantes.
"Soy muy partidario de comer con los chicos afuera, más que en nuestra casa, porque de esa manera los tenés una hora y media sentados, hablando sin interrupción. En cambio, en la casa siempre hay un llamado telefónico, alguien que se para, alguien que dice ahora no tengo ganas de comer. En consecuencia, ellos también quedaron lejos del mundo de la televisión." El bonus track de su conexión televisiva se llama Hablemos de fútbol, el programa que conduce junto a Roberto Perfumo por espn, los lunes por la noche. Pero vh no duerme con el enemigo, sólo convive, y con una matriz camaleónica: se trata de una emisión semitelevisiva, semirradial, con más debate (no discusión) que fuegos artificiales. Un rara avis.

El escritor oculto
Hagamos de cuenta que, en uno de esos programas intimistas tan propensos a rastrillar confesiones insondables de sus invitados, Ricardo Darín revela que su devoción real es la radio, y que el cine y el teatro no son más que dos buenas maneras de ganarse la vida. O que, en sus palabras finales, Adolfo Bioy Casares le confía a su biógrafo que su vocación siempre se había orientado hacia la producción televisiva, pero que la escritura le resultó más rentable y dócil. A simple vista, parecen dos hipótesis tan alunadas como que vh, animal de radio top, revelase que en la escritura encuentra su mayor placer. Pero este caso es cierto.
El hombre al que se hace difícil imaginar sin la radio esconde una vocación subterránea por la escritura. "Ay, escribir es lo que más me gusta hacer", suspira. Al trazado de sus columnas en la sección Deportes del diario Perfil se encomienda con un pulido artesanal: "Soy como un orfebre, elijo palabra por palabra, me puedo detener en la búsqueda de un sinónimo, pregunto, tacho, corrijo, vuelvo a empezar. Cuando se escribe, uno puede embellecer sus ideas, algo que en la cuestión oral es muy difícil, porque uno se autocensura mucho. Lo escrito es más prolijo, además, y uno puede inspirarse con mayor detenimiento. Escribir es una posibilidad que me fascina, una catarsis muy necesaria y un desafío del que salgo perdidoso, porque las ideas que están en mi cabeza siempre son mejores a las que consigo plasmar en el papel. Pero, igual, toda la gente debería escribir".
Más allá del valor periodístico que implica su firma semanal, la participación de vh en Perfil sirvió para confirmar un matiz solidario inhabitual en los medios. En los pasillos de las redacciones, se sabe que el uruguayo se compromete hasta la médula para defender a sus compañeros laborales. A comienzos de 2007, cuando los periodistas de Perfil hicieron huelga durante cuarenta días, el uruguayo dejó de escribir su columna hasta que no se solucionó el conflicto. El pedido no incluía mejoras para los columnistas especiales, pero vh hizo causa común y, de paso, aprovechó su micrófono de Radio Continental para difundir el reclamo. También en 2002, el uruguayo se acercó a una choriceada en las puertas de El Gráfico, revista de la que habían despedido a diez redactores. Ni siquiera eran compañeros de trabajo, pero igual se solidarizó.

El devorador de libros
Pero volvamos a su conexión con la literatura. vh no lee libros: los devora, los mastica con los colmillos. Sus molares son decorativos. Lo suyo roza la antropofagia cultural. El uruguayo comienza un libro, se deja seducir con otro, lo intercala con un tercero y se deja atrapar simultáneamente con un cuarto, pero después vuelve al primero, al segundo y al tercero y sigue envolviéndose con todos hasta que un buen día termina prolijamente lo que había empezado. El ciclo literario de vh respeta el estilo cíclico de las reencarnaciones hinduistas/budistas: un circuito que no tiene fin. Una pregunta tan llana como "¿Qué libro está leyendo?" le demanda una respuesta ciclópea, tan extensa que, para que el lector pueda respirar, la dividiremos en tres partes.
1) "Acabo de empezar El regreso, de Bernhard Schlink, que es un escritor y juez alemán, un hombre de 63 años que escribió esta novela basada en su experiencia en tribunales contra los nazis. Por los comentarios boca a boca, me volví fanático del húngaro Sándor Márai. Ahora estoy con El último encuentro, pero ya leí La herencia de Eszter, La mujer justa y La amante de Bolzano. Se trata de un autor relativamente nuevo, porque murió en 1989, se suicidó en Estados Unidos. Márai se hizo conocido entre nosotros poco después, cuando cayó el Muro de Berlín y aparecieron muchos elementos culturales que hasta entonces estaban encriptados en el Este. Ahora lo está leyendo mucha gente: cuando trato de recomendarlo entre mis amigos, la mayoría me dice que ya lo conocen."
2) "Terminé hace poco La escafandra y la mariposa, de Jean-Dominique Bauby, un francés que también murió hace pocos años. La historia, que es potentísima, fue adaptada al cine por el director Julian Schnabel, que estuvo nominado al Oscar. También leí Vincent, te espero desnuda al final del libro, de Rodolfo Braceli. Y me faltan pocas páginas para el final de Por mano propia, de Diana Cohen Agrest, que habla del suicido. Pero además me dedico a la lectura útil para el programa de radio, los libros coyunturales, necesarios, como los de Magdalena Ruiz Guiñazú, Nelson Castro y Pepe Eliaschev."
3) "Leo entre cuatro y cinco libros al mismo tiempo, según el estado de ánimo y las ganas. No sé si hay lectores tan caóticos como yo; varío mucho, paso de Márai a uno de autoayuda si tengo que hacer un reportaje de ese tema. Es algo que me entretiene, más o menos parecido como cuando vas al cine: a veces querés ver películas cargadas de intención, bien para cinéfilos, y otros días preferís ver algo pasatista, de Hollywood, para estar ahí y nada más."
Jorge Luis Borges aconsejaba a sus estudiantes que dejaran un libro si los aburría. Decía que la lectura es una forma de felicidad y que no se puede obligar a nadie a ser feliz: "El verbo «leer», como «amar» y «soñar», no soporta el modo imperativo". Pero vh es de los que no abandonan. "Soy un luchador, sobre todo con los libros que implican valor literario. La única novela que abandoné a las cinco o seis páginas es El código Da Vinci. Me pregunté qué estaba haciendo, no había una sola línea de literatura que me importara, así que lo dejé. Yo siempre le pongo empeño, hay que tener constancia. Una vez, como me había enamorado del primer libro de Isabel Allende, La casa de los espíritus, después intenté engancharme con otro, pero me la pasé protestando porque no me gustaba, me parecía repetitivo. Y mi mujer me decía: «Dejalo, ¿quién te obliga a leerlo?», pero no, le di crédito hasta el final y, efectivamente, en las últimas páginas encontré cosas rescatables. No porque el libro sea bueno todas las páginas tienen que ser buenas: los escritores no se levantan de la misma manera todos los días."

El cinéfilo que evita los sábados
Víctor Hugo tiene una cuenta pendiente: se le acumularon seis películas para ver, "las cuatro que se estrenaron la semana pasada más las dos de esta semana". Ops, estamos frente a un cinéfilo radical, de esos que refunfuñan contra la conexión cine-sábados-por-la-noche: "Ese es el día en el que los muchachos invitan a las novias a un lugar cualquiera, o el de los esposos que sacan a la patrona para matar dos horas, comer pochoclos y hablar. Todo es muy barullero, por eso desde hace años no voy al cine un sábado a la noche, desde que estaba mirando Una dama y un canalla, una película pequeña, pero maravillosa, con Lino Ventura y Françoise Fabian. El personaje sale de la cárcel después de ocho años, llega a su casa y se da cuenta de que su esposa tiene un amante. El hombre lo asimila como puede, era un tema difícil: su amada había pasado todo ese tiempo con otro hombre. Y en la película se sucede un instante de gran suspenso, en el que Lino Ventura permanece callado, pensando qué podía decir. Pero en ese momento de notable valor, un tipo del cine le grita a la pantalla: «Hablá, boludo». Todo el cine largó la risa, a mí me destruyeron ese momento mágico, y ahí me prometí que nunca más iría al cine un sábado".
El golpe de judo contra los sábados incluye días y horarios insólitos. En los años en que conducía Desayuno, de 7 a 10, vh salía de Canal 7 y se iba derecho a las funciones de las 11 de la mañana: "Era un horario ideal, en las salas no había más de ocho espectadores, un silencio absoluto, a nadie se le ocurre hablar".

El predicador del arte
Vh cumple una misión evangélica con el arte: es un misionero, un predicador. Hace algunos años, un muchacho argentino que vivía en Nueva York y trabajaba como reportero free lance llamó al uruguayo, que estaba de visita en Manhattan, para pedirle una entrevista para la revista dominical de La Nación. "Claro, pero vení que la hacemos en el teatro. Me estoy yendo a ver a José Carreras, en el Lincoln Center. ¿Me acompañás?", respondió Morales. El cronista balbuceó que no tenía ropa apropiada para la función del tenor español. Pero vh le insistió: "Vení igual, que yo te presto un traje". El periodista emergente y el consagrado se conocieron, compartieron el espectáculo, hicieron la entrevista y originaron una relación que en Buenos Aires suelen continuar un par de veces por año, cuando vh invita a cenar a su casa a un círculo de gente entusiasta de la música clásica y la ópera. Esas veladas caseras que, poco a poco, pasaron a formar parte del circuito de una Buenos Aires críptica, se oculta al gran público: "Hago cenas musicales, sí. Invito a algún amigo que toca, reúno a otros quince o veinte que nos guste la música, cocinamos unas empanadas, servimos un poco de vino y nos sentamos alrededor del artis ta mientras interpreta. Es un momento maravilloso, ese tipo de cofradías son fenomenales".
Si pudiera, vh también organizaría una función personal deLa Traviata, la ópera de Giuseppe Verdi que ya presenció, en geografías dispares, alrededor de ¡50! veces: "O tal vez más, eh, la verdad es que perdí la cuenta. Pero el hecho artístico siempre es nuevo, lo único que se mantiene es la música. Los cantantes narran de manera distinta. Yo creo que ciertas óperas pueden ser vistas decenas de veces. Además, adonde vayas, en Europa o Nueva York, siempre te vas a encontrar con una Traviata en tu camino. ¿Y por qué no ir, no?".
El llanto más famoso de vh se puede escuchar en YouTube, y se remite a los últimos segundos de su mítico relato del gol de Diego Maradona contra Inglaterra, en el Mundial 86. En esa narración a carne viva ("lo mejor que pasó en mi carrera") nació el "barrilete cósmico", una metáfora maradoniana que veintidós años después sigue viva en picados, tribunas y disquisiciones futboleras de café. Pero las lágrimas más íntimas de vh se desprenden lejos del fútbol, en el teatro, en las obras de Giacomo Puccini, su compositor preferido.
"Soy de llorar cuando presencio un hecho global artístico, o con un final muy dramático. Pero lo que me pasa con Puccini no tiene contra. Ya he visto muchas veces La Bohème, Madama Butterfly y Turandot. Por eso voy como prevenido y hasta me digo: «Hoy no voy a llorar», pero siempre termino aflojando. Puccini toca unas cuerdas muy especiales. Es una cosa maravillosa que parece invadir el aire, te golpea, te gana y uno siente unas pintitas en los ojos."
Pero su fervor doméstico por la ópera no se limita a esas cenas amigueras. En su casa, la música suena, literalmente, todo el tiempo. En 1986, vh instaló en todas las habitaciones un sistema de parlantes para que Mozart y Beethoven se escucharan de día y noche. "Miro mis discos, contabilizo la cantidad de horas que oí música y me pregunto qué otra cosa mejor podría haber hecho durante ese tiempo, pero no se me ocurre nada. La música es el eje de mi vida", dice, mientras pita uno de los tres habanos que fuma a diario. Nada de cigarrillos comunes, claro.
Si la música es el norte en la vida de vh, bien al sur quedó internet. No pierde su tiempo en la web, y mucho menos en el Messenger, el Google Talk y todos esos inventos modernos. El estilo, el porte, las buenas maneras y la clase son incompatibles con el msn: "Es un invasor, jamás le permitiré que forme parte de mi vida. No lo necesito, estoy bien con lo que tengo entre libros, obras de teatro, películas, ópera, tenis, fútbol y tantas cosas que me gustan. En internet soy un analfabeto total".
Con vh se puede hablar por tiempo indeterminado: ahora dice que es católico, que reza todas las noches y que le encanta entrar en las iglesias, especialmente en Europa, para estar a solas consigo mismo. "Y agradezco fanáticamente", precisa. De ahí debe surgir, entonces, esa misión evangelizadora que también se expande a la pintura. Hace un tiempo, en 2001, vh instaló una galería de arte de San Telmo. "Quería abrir un caminito para pintores uruguayos", explica. Pero le salió mal: "Me equivoqué en el lugar y en la época. Era el 1 a 1 y nadie andaba con 700 dólares, o sea 700 pesos, para comprar cuadros. Eran obras de entre 700 y 1.500 dólares. Hice algunas exposiciones, pero tampoco la podía atender como quería. Lo bueno es que pasé muchas tardes ahí, entre cuadros, en un ambiente muy lindo, pero un poco ruinoso en lo económico. Y por eso la cerré dos años después".
Ese hombre que devora libros, llora con Puccini, instala galerías de arte, va por las cincuenta versiones de La Traviata, vive entre Argentina, Europa y Estados Unidos, no mira televisión, abandonó por principios
El código Da Vinci a la quinta página, escucha todo el tiempo a Mozart y Beethoven, organiza cenas musicales en su casa y es capaz de preparar en una semana un examen de historia parisina o romana, es el mismo que ahora, en la cancha de Lanús, tiene una guerra perdida contra el calor y el sudor. La toalla no es suficiente, pero a la gente que pasa enfrente de la cabina no le importa y lo saluda con devoción: a vh le conceden mayor pleitesía que a los futbolistas que corretean allá abajo.
Y entonces se entiende todo. Lo que transpira Víctor Hugo, el hombre que no necesita apellido, es dandismo en estado puro.