lunes, 20 de junio de 2011

"El hombre del arco de la victoria", la columna de Víctor Hugo para "Tiempo Argentino"

 No necesitaba Martín Palermo de otro gol de la victoria, ni de otros 100 para convertirse en leyenda o entrar en la historia. Hace años que coquetea con que su apellido se quede para siempre en el fútbol.
Este cronista recuerda una foto publicada en la revista uruguaya Fútbol Actualidad, un clásico de la literatura deportiva del país: Aníbal Ciocca, un histórico entreala de Nacional de Montevideo, comenzaba el descenso hacia el túnel con el brazo en alto, la tarde de su despedida. Desde entonces, le duelen los adioses. Era un muchacho apenas, o ni siquiera eso, y Ciocca se iba hacia el nunca más, con la imagen alta de la tribuna, aplaudiéndolo por última vez. ¿Cómo habría sido –se preguntaba este columnista– que se desató los zapatos? ¿Lloraba o aún no se daba cuenta de toda la tristeza de ese acto tan sencillo?
El fútbol argentino vive, por estos días, varios adioses. Y entre ellos el adiós portentoso y mediático de Martín Palermo, y una nostalgia anticipada recorría la atmósfera en el domingo gris de Buenos Aires de su adiós en la Bombonera, o en el del sábado postrero en el que por vez final tomó la pelota, miró el arco adversario, fisgoneó y ejecutó. La expectativa de un gol, o dos, que lo dejase solo en el quinto casillero de los goleadores de la historia, e incluso otras hazañas solamente esperables en ese flaco, rubio, de zapatos multicolores, quedaba en el segundo plano a la hora del balance de la vida de un extraordinario goleador, un espécimen de esa raza inexplicable de jugadores modestamente dotados, pero perspicaces en las áreas, afortunados cazadores de rebotes, tenaces y pacientes para esperar el error de los zagueros cuando atardecen los empates.
No necesitaba Martín Palermo de otro gol de la victoria, ni de otros 100 para entrar en la leyenda. Hace años que coquetea con que su apellido se quede para siempre en el fútbol, aunque al quitarse los zapatos, anoche, haya sentido una tristeza parecida a la sombra de una nube que tapa el sol a su paso. Una duda, un temor, un ¿y ahora, qué…?
Hay algo de Aquiles en la vida de los jugadores, glorificados en la juventud, pero luego condenados a la muerte temprana. Es el precio que ellos deben pagar por vivir de lo que más les gusta, por hacer lo que todos sueñan en un mundo en el que los primeros plazos cumplidos son los que anuncian que ya no jugaremos en la primera división. Martín Palermo se va querido por la gente. Como cenizas volcánicas se fueron diluyendo los errores cometidos, los actos equívocos, los goles bobos y los penales malogrados.
La imagen final es la de un hombre que pasa por el arco de la victoria con una corona de laureles; un hombre rubio, emperador, el brazo en alto, siempre el triunfo sonriéndole a la gente y a las cámaras. El goleador de las dos últimas décadas, el autor de novelescas acciones como goles desde mitad de la cancha o apoyado en muletas al volver de una lesión. Justamente a él le tocó en suerte el gol emocionalmente más fuerte de los que festejó la Argentina dirigida por Diego Maradona en la última frustración mundialista. Un predestinado del gol así fuesen atrabiliarias acciones del área menor, o asuntos de vuelo combado y oblicuo como su estético remate del gol frente a Quilmes la semana anterior.
Un pájaro elevándose frente al arco en los remos de sus propias alas, o vencedor en el forcejeo titánico con esos impiadosos defensores. Quizás aquella sea la escultura que ya le están preparando. Un grupo de figuras que luchan y un titán que, como en las plazas de las ciudades, domina la fuente. Fue él quien aceptó con humildad la llegada del otoño y aprovechó las últimas tibiezas de las tribunas de su estadio para decir, finalmente, adiós.
El hombre de los múltiples retornos, sabe que esta vez el adiós es para siempre, aunque el domingo que viene, puntualmente a las tres de la tarde, le parezca que él también sube los escalones hacia ese círculo de cielo y de sol, hacia ese miedo y ese sueño, hacia ese césped y ese cemento, para zambullirse en el griterío y la esperanza de las multitudes.

lunes, 13 de junio de 2011

Víctor Hugo analiza la 17ª fecha del Torneo Clausura 2011 para Canchallena.com

"El mejor de todos", la columna de Víctor Hugo para Tiempo Argentino

 Debería haber jugado un partido extraordinario. Tendría que haber ganado por goleada, provocado el éxtasis de sus fieles seguidores. Debería haberse consagrado en una cancha a reventar, vibrante, rebosante de energía y festividad. Vélez merecía un final con estadio lleno. Una consagración propia del mejor de todos. De un cabal campeón.
Pero no fue así. No lo fue desde el mismo comienzo de la tarde. Quizás fue el rebote del sol de otoño en las tribunas tan blancas del estadio de Huracán, el horario de siesta que se ofreció al partido. Acaso fue que Vélez siempre supo que cuando quería lo ganaba, o la certeza de Huracán sobre su inferioridad manifiesta, dolorosa. O por ahí ocurrió que se demoró el gol más de lo aconsejable. Vaya uno a saber. Pero qué espectáculo tan desprovisto de categoría el que ofrecieron durante el primer tiempo los muchachos de Pompei y Gareca, ambos equipos, en una tarde casi decisiva para la suerte de los que buscaban el título o evitar el descenso directo, pero indiferentes a esas suertes tan encontradas.
Ni Vélez moría por ser campeón, ni a Huracán le partía el corazón su descenso lento a los abismos. Y así le gastaron a la tarde la primera hora del partido. Porque hasta que empezó el segundo tiempo, podía decirse que era una suerte la ausencia de la gente. Pero apareció Santiago Silva. Olvidado de su propio resbalón en la Copa Libertadores, evitó que Vélez pisara en falso y que el tedio se devorase el ímpetu imprescindible que era necesario para ganar el partido. El cabezazo en el segundo palo, desde atrás de un arquero que salió a manotear una pelota que se alejaba del arco, vino a salvar el partido.
Iban seis minutos y lo que vendría después ya sería algo mucho más cercano a las expectativas. Sin que ningún jugador se destacase, el colectivo de ambos equipos funcionó mejor y el espectáculo se fue armando hasta alcanzar su cresta en los minutos finales, cuando Huracán tuvo alguna chance de empatar y Vélez unas cuantas contras prometedoras. En una de ellas, hubo un penal y David Ramírez bajó la cortina. Los de Vélez se fueron al living a esperar a Lanús. Tenían muy bien en claro que si los Granates perdían con Argentinos, seguro que había que salir para el Fortín de Liniers  a participar de un festejo que los velezanos merecen como nadie en el fútbol de la Argentina de hoy.

LA VE AZULADA EN EL CORAZÓN.  Vélez merecía un final con estadio lleno, con la definición a la misma hora, con la vuelta olímpica en la cúspide de la emoción, pero no pudo ser.
El fútbol, que con su jerarquía institucional el propio Vélez reflota a la mejor consideracion, le fue esquivo para valorar una imposición que si no es brillante como en otras ocasiones, tiene la consistencia de lo indiscutible.
La solidez tantas veces mencionada de la institución, la capacidad de Ricardo Gareca para hacer del equilibrio una faceta también futbolística, y un plantel que se acostumbró a jugar a lo grande, son el sustento de un triunfo que nadie objeta, que se respeta como la conclusión más afín con las utopías que se tienen para el fútbol como para la propia sociedad.
Lanús, otro de los grandes de la época del fútbol austero, se prendió a la ilusión un poco tarde. Macaneó puntos en una etapa en la que no soñaba con una participación tan lúcida y fue allí, no ayer, que resignó su chance. Pero le dio al campeonato una emoción final, un dejo de incertidumbre, que lo deja en el plano más alto de la consideración. Con Vélez, con Estudiantes, conforman un trío de clubes que son el ejemplo de cuanto hay para hacer de bueno, a partir de una ética institucional que luego se traslada a las canchas.
Habrá siempre un vaivén en las tablas, pero en todos estos años se alejaron del pelotón, que aún arrastra los males engendrados por un fútbol que vive sin controles, y ante los cuales los resortes éticos, propios de cada club, son la mejor defensa para seguir siendo grandes. Se ganen o no campeonatos.

lunes, 6 de junio de 2011

Víctor Hugo analiza la 17ª fecha del Torneo Clausura 2011 para Canchallena.com

Los goles del triunfo de Vélez ante Godoy Cruz por 2 a 0 relatados por Víctor Hugo

"Predestinados", la columna de Víctor Hugo para Tiempo Argentino

 Por Víctor Hugo Morales
Para Tiempo Argentino

Hay destinos que se cumplen inexorables. Hay un hombre que va a ganar Roland Garros y vence, porque siente como ningún otro que ese es su destino. Hay otro hombre que sabe que su ventura es el gol. Y lo convierte, porque entiende que su oportunidad siempre llega. 
Uno llegó a seis, lo cual suena disparatado, aun si otro, llamado Borg, alcanzó antes semejante récord en el polvo legendario de los courts franceses. El otro se abraza a un número impensable para la época de 227 goles y entra a la historia para codearse con los apellidos más ilustres de su metié. Rafael Nadal surfea en la cresta de la ola de su fabulosa carrera y Martín Palermo ve su propio ocaso en la luz decadente de los domingos a la tarde, pero sabe que, como Nadal, será nombrado para siempre, que ya es eterno. El mundo y el tiempo y el polvo hundirán los nombres de miles de nombres que estuvieron pugnando por ingresar a ese túnel de la eternidad, tan pequeño como el tronco de un árbol lo es a su frondosa copa.
Nadal postergó la resurrección de Roger Federer, el mejor y más estético de los jugadores que el tenis haya tenido, con una victoria sustentada en la enorme convicción de que al mejor de todos, el único que le gana es él, porque tiene la fórmula que, como ciertas gaseosas o mostazas, es única, y sólo la sabe una persona. Palermo resucitó a José Sanfilippo que en el living de su casa sintió que la fama lo acariciaba de nuevo, aunque más no fuese para quitarle un premio que los tiempos parecían haberle concedido para siempre.

PARÍS Y QUILMES. Desde el Sena, uno de los accesos a Roland Garros es a través de la Rue Jean de la Fontaine, cuyo nombre remite a quien propició que, desde hace 300 años, se diga que es fabuloso aquello que de otra forma no puede designarse. El 2011 ha sido un campeonato de fábula. La tarde del viernes, cuando Federer superó a Djokovic, Guillermo Caporaletti, Guillermo Salatino y Oscar Moro, viejos lobos de mar en el mundo del tenis, cronistas de una actividad que conocen como nadie, juraban que no se había visto un tenis semejante. Se miraban de cabina a cabina, buscando una explicación para esa fiesta que degustaban como si fuese la primera. Este otro periodista, al escribir la nota, rememora un momento que describe lo que allí sucedía. Tomando la cancha desde un lateral, al levantar la vista se descubría el tablero electrónico con el resultado. En un largo punto, el firmante olvidó cómo estaban en ese juego, si 30 iguales, o algo así. Entonces quiso levantar la vista, nada más que el tiempo de un pestañeo y no pudo. Las largas líneas trazadas en cada pelota, llegando al fleje del fondo de la cancha, la belleza extraordinaria de la geometría de cada lance, el accionar endemoniado, la velocidad supersónica, impidieron esa mirada tan necesaria para pautar el momento. Así jugaron aquella tarde.
En la cancha de Quilmes el partido tenía al modesto equipo local envalentonado y seguro de que si se tenía que ir al descenso, dos consuelos se llevaba. El de saber que siempre vuelve a Primera, y el de la batalla ejemplar que ofrecía. Estaba todo bajo control a punto tal que la esperanza de una goleada se había sentado en las tribunas azules de los cerveceros. Entonces, una jugada sencilla, un hombre temido pero en el área toma la pelota muy lejos del arco. Casi nada de su curriculum hacía pensar que desde allí podía inventar esa curva satánica de una pelota que como un pájaro suicida empieza a buscar la red para estrellarse. En frío, inesperado para los defensores, para el arquero, y para los espectadores y los relatores, Palermo, cambió la historia del partido. Lo que podía terminar en 3 o 4 a 0, se firmó después en la planilla que había sido un 2-2. Palermo un elegido, lo había hecho posible. Lo que era un domingo más de tantos se convirtió en el que las historias y los estadísticos recogerán como el del partido aquel en el que Palermo alcanzó a Sanfilippo en el quinto lugar entre los goleadores de toda la historia. Los Juan José Lujambºio de los años venideros, hablarán miles de veces de esa tarde cualunque de ayer cuando Palermo anotó uno de los mejores goles de su vida por la calidad del tiro y por el numero alcanzado.
Este cronista no vio la final de Francia, porque a esa hora ya estaba en Quilmes y París era un recuerdo grato en su piel lacerada por el sol impiadoso de esos días de tenis bajo un cielo sin nubes. Pero cuando se enteró de la victoria de Nadal, pronunció un pronóstico que, no por incumplido cabalmente, dejo de ser verdad: “Y ahora Palermo mete dos goles... estos tipos son así.” Unos predestinados.

lunes, 16 de mayo de 2011

Víctor Hugo analiza el Superclásico y la 14ª fecha del Torneo Clausura 2011 para Canchallena.com

"El predestinado glorioso", la columna de Víctor Hugo para Tiempo Argentino

  El relator camina dos horas antes del partido desde el estacionamiento hacia la entrada de la Bombonera. Cientos de hinchas xeneizes piden que relate “bien” el gol de Palermo. “Uno a cero, gol de Palermo.”“¿Se va con un gol Martín, no?” Parece que todo el mundo tenía la única certeza del gol de su número 9. Si Boca perdía, sería 2-1, porque el ídolo no se podía despedir de un clásico sin dejar su marca. El cronista decía que sí, “que cómo no...”, de la misma manera que prometería lo contrario si hubiese ingresado por una puerta de River. Pero pensaba lo mismo. Que Palermo convertiría un gol. Un asunto del que estaban enterados también los fotógrafos, los alcanzapelotas y los jugadores de River.
Sin embargo, el predestinado habitante de los crepúsculos gloriosos de los domingos debió esperar un poco más de lo previsto. El primer gol no sería el suyo.
River, que tiene un gualicho de aquellos, después de 28 minutos en los que generó dos penales y una jugada de gol detenida por un línea, tras 28 minutos de jugar mejor, más compacto e incisivo, se metió un gol, acaso, y que perdone Palermo, era la única forma que tenía Boca de convertir un gol jugando de la forma en que lo estaba haciendo, que significa espantosamente.
Ahí, con ese regalo absurdo de Carrizo, los xeneizes parecieron entender que los dioses estaban esta vez con ellos, y pusieron cinco minutos de fútbol que se cerraron con el gol que todo el mundo esperaba. River lo facilitó como para quitarse de encima la sospecha. Que lo haga de una buena vez, dijeron los defensores y ahí nomás  entraba Don Martín a cabecear mano a mano con las dudas de Juan Pablo, para cumplir con ese mandato que era parte de la atmósfera como el aire frío y silbador que cruzaba la tarde. Poco más de media hora y Boca se encontraba con un triunfo que tenía aditivos maliciosos como el hecho inefable del gol de Palermo y la injusticia del resultado. River, en cambio, iba tomando nota de la impotencia de sus delanteros, de la cantidad de errores del árbitro y le empezó a encontrar, entre los habitantes de su tribuna, gusto a poco a la zurda de Lamela en soledad, y al brío de Almeyda con palpable inclinación al enojo que lo eyectaría del partido una hora más tarde. 
Y EL DESPUÉS. Los últimos minutos de ese primer tiempo eran la cola, el “trailer”de la película que se vería en el segundo. Sólo que otro protagonista de los pocos que generan expectativa por sí solo empezó a manejar los hilos, instalado como un ángel que lo hace desde su nube en medio de la tormenta que lo rodea. Juan Román Riquelme en uno de los clásicos menos brillantes de su vida, supo mucho antes del final que el premio venía  casi de arriba, que podía jugar como en un entrenamiento, y que nada podía cambiar el rumbo de una tarde que definieron mucho más los imponderables que los méritos.
No hubo individualidades destacas, salvo algún defensor como Juan Insaurralde que no influye en las calidades de un partido, y Patricio Loustau continuó esgrimiendo un reglamento especial que clausura su participación en las áreas. 
La gente de Boca tronó en sus dominios con una alegría al final legitimada, porque anduvo mucho más cerca del tercer gol que River de conseguir un descuento, aunque a los millonarios solamente les sirviera para tener un motivo valedero para seguir luchando.

Y EL FINAL. Pero ni eso tenía River por entonces. En un lateral, faltando 20 minutos, Matías Almeyda corrió desde la mitad de la cancha para hacerlo, mientras el joven Roberto Pereyra pensaba llegar con un trotecito apenas entendible en un jugador que “hace” tiempo...
En Boca se fue aclarando un poco el remolino de Pablo Mouche, Nicolás Colazo pensó que estaba “hecho” y el partido se fue muriendo en medio de tal indiferencia, que quizás por eso decidieron romper con la modorra Almeyda y Clemente Rodríguez, haciéndose echar al cabo de una pelea sin trompadas.
Matías se besó la camiseta, se desprendió de dos policías a los que pareció no gustarles el gesto del jugador, y él sintió que también eran de Boca los agentes, porque es lo que se piensa cuando uno se desbarranca y siente que todo le juega en contra. 
Julio César Falcioni salvó el año, lo cual está bien porque merece tener tiempo de armar su verdadero equipo, y Jota Jota no sabe qué decir, porque andar mencionando la suerte es argumentalmente pobre, aunque sea cierto.
Al cabo, puede decirse que Boca, habiendo llegado con ese gol bajo el brazo que aseguraba la leyenda de Palermo, recibió un obsequio inesperado, cuando Carrizo se anotó ese blooper para su carrera. Y, en fuerzas tan parejas, fue demasiada ventaja. 

lunes, 9 de mayo de 2011

"River, otro candidato en retirada", la columna de Víctor Hugo para Tiempo Argentino


Del mismo modo  que tantos candidatos presidenciales y quizás siguiendo la onda en ese sentido, River pareció también bajarse de la postulación que pareció esgrimir esta semana, al cabo de una actuación irregular, pero que lo tenía en la tabla en una condición de expectativa realmente muy interesante. No había encuesta que no le dijera a River que tenía mejores posibilidades que All Boys y que su preocupación tenía que instalarse en ir a buscar lo más alto de la tabla y no pensar en absoluto  en la parte de abajo de las posiciones. No obstante, el fútbol a veces tiene, como la política nacional, respuestas muy inesperadas. El cuadro de la película de ayer, hoy cambia por completo. Y así,  ahora a River le cabe nuevamente transcurrir una semana traumática, como en los viejos tiempos, sabiendo que tiene que jugar contra un Boca que llega entonado, en La Bombonera, y otra vez acechado por fantasmas extraños a su historia, como los son el descenso y esa constante irregularidad que lo tiene en un sube y baja de actuaciones promisorias y de victorias por caso inesperadas, como la que consiguió frente a Racing, y derrotas también casi absurdas, como la que se consumó frente a All Boys.
River demostró su desconcierto en la última jugada del partido de ayer. Decidió que fuera la acción que cerrara el juego porque faltaban todavía tres minutos, y en un córner, perdiendo 1-0, Juan Pablo Carrizo perdió la brújula por completo y salió corriendo al área contraria. Bastó un rechazo de cabeza para que JP Rodríguez corriese como antes lo había hecho Giglioti en el primer tiempo, cruzase todo el largo de la cancha y definiese el partido dejando a River tan perplejo como posiblemente algunos candidatos se soñaron hace algún tiempo y ahora se van, también como River, a pelear para no quedarse en el repechaje.
La actuación de All Boys fue la de un equipo inteligente, al cabo. Timorato al principio. Pero muy decidido en el segundo tiempo a liquidar el partido con una jugada más. Por eso, el equipo del Pepe Romero fue mucho más consistente y meritorio para quedarse con la victoria cuando iba ganando 1-0 que cuando el partido estaba todavía 0-0 y lucía tímido y sin ninguna resolución para lanzarse al ataque. Debió suceder que en el crepúsculo del domingo, el equipo de Jota Jota, que soñaba con la aurora, se haya  quedado con las manos vacías, justo esta fecha, en la que debe esperar el partido contra Boca.
En lo estrictamente futbolístico, el partido disputado en el Monumental sólo hizo justicia al final por la inteligencia de All Boys. Sí, River ligó mal, aun cuando su principal arma, Erik Lamela, que siempre intentó mostrarse y le dio un gol prácticamente hecho a Funes Mori, no tuvo la contundencia que el equipo necesita. Pero los que sí anduvieron peleados con la pelota fueron los dos de arriba y, además,  los cambios de su técnico fueron decididamente tardíos: ya a los 10 del segundo tiempo, quedaba más que  claro que repitiendo lo que había hecho en el primero, no le alcanzaba para poder cambiar el resultado. Y, de ese modo, Diego  Buonanotte y Manuel Lanzini entraron cuando quedaba poco tiempo para cambiar la historia.
Pero no está dicha la última palabra. Aunque este cronista, que nunca pensó que iba a vivir para ver a River en esta situación cerca del final, admite que es extraño que casi puede ser campeon y a la vez pelear por no descender.
Y ahora, para colmo, esta noche, el tigre de las dos batallas, ese Vélez que ha hecho de Versalles un fuerte de lujos y de victorias, puede separarse en las posiciones, tanto como para poner en su caja de seguridad ahorros suficientes que lo dejen tranquilo a la hora difícil de disputar la Copa Libertadores y el campeonato local al mismo tiempo...

domingo, 8 de mayo de 2011

Programa nº 37 de Bajada de Línea

Los goles de River 0 vs All Boys 2 relatados por Víctor Hugo

Víctor Hugo Morales entrevistado para Miradas al Sur: “Lo que pasa en la Argentina con los medios es impensable en Uruguay”

 
 Por Victoria Molnar
Publicado en el nº 155 de Miradas al Sur
Nació en Cardona, Uruguay, el 26 de diciembre de 1947. Desde su debut a los 19 años, jamás interrumpió su tarea de periodista, relator deportivo, locutor, conductor y escritor. Desarrolló la mayor parte de su carrera en la Argentina. La polarización política, su relación con el kirchnerismo y la acusación de “oficialista”
El pasado 20 de abril, la Academia Nacional de Periodismo (ANP) de la Argentina le aceptó la renuncia a Víctor Hugo Morales en lo que fue su primer plenario anual, según confirmaron fuentes de ese colectivo de periodistas. La aceptación le fue comunicada vía mail, y aunque no se emitió comunicado público alguno, Morales ya no aparece más en la página web de la entidad.
En los últimos meses, Morales estuvo en el centro de un parte aguas en el que no parece haber más opciones que a favor o en contra del Gobierno. Lo tildaron de “oficialista”, perdió amigos por discutir de política y recibió fuertes acusaciones de colegas, como el caso de Jorge Lanata, quien señaló públicamente que “Víctor Hugo se dio vuelta” a cambio de ganancias extraordinarias con su periodístico televisivo Bajada de Línea, que los domingos ocupa el primetime de Canal 9.
La situación llegó a su paroxismo el pasado 27 de marzo con el semi bloqueo a las plantas impresoras de Clarín y La Nación. El hecho desató el repudio de amplios sectores de la sociedad y fue considerado como un atentado a la libertad de prensa a manos del Gobierno, incluso por la Academia Nacional de Periodismo argentina, entidad a la que el periodista de Radio Continental pertenecía desde octubre de 2008. Discrepando “profundamente con ese criterio”, Morales realizó de forma automática, pública e “indeclinable” su renuncia a ese colectivo. Las repercusiones no se hicieron esperar.
–Me llamó mi suegra desde Montevideo para preguntarme en qué me había metido, había visto algo en la televisión y estaba preocupada. Entonces comprendí que en Uruguay no entienden lo que ocurre acá. Creen que esta polarización es una cuestión ideológica, pero lo que sucede en la Argentina es un fuerte juego de intereses con una verdadera distorsión de los poderes. Las empresas de medios avanzaron sobre otro tipo de intereses que no son los periodísticos ni los referidos a la libertad de expresión, sino a tener una posición dominante en los servicios y negocios prestadores de internet y de la TV por cable y de la televisión que influye en los contenidos. Eso construye un monstruo implacable cuya avaricia no se calma nunca y ataca a quien trata de acotarlo. La ley de medios se muestra cada vez más necesaria porque el verdadero poder, el más implacable, está en manos de sectores dominantes del periodismo que ni siquiera obedecen las exigencias que plantea esa ley. Es necesario acotar el poder de esos medios dominantes para que se pueda vivir en paz, algo inimaginable para Uruguay. Espero no estar equivocado, pero según mi perspectiva lo ideal es lo que se da en Uruguay, en donde hay un juego periodístico de intereses muy equilibrados con lo cual la democracia de los medios está salvaguardada.
–¿Cómo se da la libertad de prensa hoy en la Argentina?

–La libertad de prensa es importante pero para mí es menos interesante que la libertad de expresión, que es la certeza de que ninguna persona o medio, diga lo que diga, tenga consecuencias no deseadas por lo que dice. Nunca hubo tanta libertad de expresión en la Argentina, es tan extremo que creo que hemos llegado a un verdadero libertinaje. Ese fue el motivo por el que renuncié a la Academia Nacional de Periodismo cuando habló de una ofensa a esa libertad y me hizo partícipe. En ese momento, pensé que esta es la razón por la que yo nunca podría trabajar en política: el colectivo te obliga a tragarte sapos.
–¿A qué se refiere con libertinaje?

–Libertinaje es el agudo ataque que se puede hacer a cualquier persona, es decir que la Presidenta está loca o sugerirlo en la tapa del diario Clarín o de La Nación. Libertinaje es la posibilidad de mentar maniobras periodísticas montadas en función de verdaderos planes de destrucción del Gobierno en la medida en que atenta contra sus intereses. La Argentina vivió una situación destituyente. Si uno fuera Héctor Magnetto (mandamás de diario Clarín, habiendo perdido el negocio de millones de pesos del fútbol, soportando la acusación del monopolio Papel Prensa y de haber construido ese imperio en acuerdo total con la dictadura, siendo el presunto apropiador de hijos de desaparecidos y no haciendo nada para demostrar que no es así), la única solución que le quedaría es morirse antes de ir preso o que el Gobierno salte por el aire. Y en eso están los grandes medios con sus denuncias constantes y mentirosas. Entonces, el libertinaje es decir cualquier cosa, cualquier mentira, cualquier construcción sesgada de las cosas y que no ocurra nada. La libertad de expresión rige totalmente en la Argentina: no hay diarios clausurados, no hay radios clausuradas ni las va a haber.
–Se aprecia una polarización política que alcanza tanto a la prensa como a la población en general. Las posturas parecen estar a favor o en contra del gobierno de Cristina Fernández. Usted nombra a los diarios Clarín y La Nación como responsables. ¿A qué se debe?

–Yo al diario Clarín no lo toco y esto que pasa es un fenómeno argentino referido a Clarín. La Nación no es lo mismo que Clarín, pero se comporta de la misma manera porque los intereses en defensa de Papel Prensa lo desquiciaron. La Nación fue muy buen diario, siempre creíble, aunque la visión que tienen de los hechos es distinta a la mía. Ahora veo las tapas y no lo puedo creer. El fenómeno es único y se da porque aquí dos diarios son dueños de todo el papel para publicar diarios y es el único lugar del mundo donde eso lo consiguieron negociando con la dictadura. Actúan como juez y parte. Hoy la población está indefensa frente a los discursos mediáticos. Solamente las personas más preparadas, lúcidas y comprometidas con la discusión política, consiguen levantar las defensas. Y aún así están desinformadas. Hay que tomarse el trabajo de leer La Nación y Página 12, o Clarín y Tiempo Argentino, para no estar indefenso frente a los datos. En este momento, se torció mucho el aprecio por la verdad, y no todo el mundo puede comprar o tiene el tiempo de leer dos diarios.
–¿Cree que la actitud del kirchnerismo contribuyó a que se produzca esa polarización?

–El Gobierno argentino reaccionó con fuerza a cada uno de los ataques que recibe en esa visión sesgada que se da todos los días por los medios más poderosos en radio, televisión y diarios. Si el Gobierno no fuera contestatario frente a esta situación, se lo habrían llevado puesto. Lo que se está dando es un efecto de construcción periodística de la realidad para que la gente la consuma de esa manera. Son quienes construyen la bipolaridad de la Presidenta y la posibilidad de que los periodistas que no están en grupos hegemónicos sean no creíbles o pagados por el Gobierno. Clarínconstruyó mails contra mí diciendo que yo había cobrado millones de dólares del Gobierno y eso se envió de forma masiva. Es una mentira. ¿A vos te parece que alguien que construyó una vida en la cual ama poder plantarse donde sea y decir lo que se le antoja podría corromperse así? ¿Qué una persona llega a su casa después de 30 años de convivencia con una mujer y de golpe y porrazo le dice me vendí?
–¿A qué se deben esos ataques hacia su persona?

Clarín y La Nación saben que soy un buen contendiente ideológico porque tuve siempre buena imagen. Saben que soy una persona decente y lo que digo de ellos les duele. En consecuencia, lo que tienen que hacer es herir mi credibilidad y ahí es donde muestran que son capaces de cualquier cosa, de cualquier mentira. A mí, una cosa que me mortifica, me angustia, cuando pienso qué rebotes tendrá mi vida periodística en Uruguay, donde no saben qué es lo que hay en juego en la Argentina. Este fenómeno es único, no ocurre en Uruguay ni en Chile ni en México, ni mucho menos en los Estados Unidos o en Europa. Allí, los medios son importantes, tienen su prestigio y por lo tanto su incidencia, pero ninguno es dueño del papel con el que se hace negocio en todo el país. Igual, no me extraña ni me afecta recibir eso de ellos, porque yo tengo mi certeza de que lo que digo es sin ningún interés espurio detrás mío. Pero que alguien como Jorge Lanata, a quien estimé mucho, diga que me llevo dinero extra por tener el programa Bajada de línea en Canal 9, afín al Gobierno, me dolió profundamente.
–¿Se planteó llamar a Lanata para superar la situación?

–Me parece que llamarlo es darle una importancia que quizás no se merezca. Le ofrecí salir al aire desde mi programa, lo desafié, pero no hablamos todavía. Pensé, y estoy pensándolo todavía, dejar el programa Bajada de línea, como un castigo a él para que sienta el daño que hizo. Es un programa por el que pasaron más opositores que gente del Gobierno: Mauricio Macri, Felipe Solá, Pino Solanas, Ricardo Alfonsín, Luis Zamora, Miguel Bonasso. Me molesta lo que dijo porque lo que yo gano allí, bajo mi juramento, es la séptima parte de lo que gano en Radio Continental. Y se está hablando de un dinero absolutamente normal y lógico de un profesional de tantos años de trayectoria.
Además, por defender lo que yo creo y con esa acusación de “se dio vuelta”, perdí muchísimas relaciones de amistad o de pertenencia social. Yo en el Colón era Gardel en los tiempos de la confrontación entre el Gobierno y el campo y ahora hay gente que me destila un odio feroz. Pero entro y salgo con la misma naturalidad con que lo hacía antes. Tenés que tener temple para confrontar con eso.
–¿Quién cambió, usted o ellos?

–En 2008, yo estuve del lado del campo desde mis convicciones políticas: el tratamiento igual a los desiguales es un gravísimo error. Luego, llegaron una serie de postulados del Gobierno que, por propia convicción, defendí insistentemente. En consecuencia, quisieron instalar que me había dado vuelta, porque la gente cree que vos le pertenecés y la gente de la derecha pensó que yo le pertenecía porque alguna vez coincidió conmigo y al no coincidir se enojó. La realidad es que hice uso de mi libertad de forma excepcional y tuve la voluntad de romper con la pertenencia social. Siempre estuve al servicio de mis convicciones, de mi manera de ver la vida y del mundo. El honor y la ética son la razón de mi vida.
–¿Qué motivó su afinidad con el actual gobierno argentino?

–La promulgación de la ley de medios. Pero no sólo eso. Llevo 15 años peleando contra Clarín. En 2000, fui al Senado para dar un discurso y hablar sobre la maldición que es ese diario para la vida de los argentinos. Clarín es la llaga moral más terrible que haya tenido la Argentina. Por su gravitación, por el inmenso poder que tiene en amparar y proteger sus intereses. Cuando encontré un contexto favorable para la confrontación con Clarínno pude menos que sumarme. Y admiro el coraje que tuvo el Gobierno para enfrentarse a Clarín. Eso fue muy seductor porque no conozco a nadie en el mundo que se anime contra los intereses periodísticos más fuertes, ponerlos enfrente, además, y poco menos que determinar quiénes son los verdaderos enemigos. Además, hubo estatización de las jubilaciones, la Asignación Universal por Hijo que generó la recuperación de muchos chicos que ni siquiera podían ir a la escuela, el Matrimonio Igualitario y una legislación muy potente para el trabajador donde el costo que hoy en día se paga por echar un empleado debe ser el más alto del mundo. Esto hace a la dignidad del trabajador. Yo soy un laburante, privilegiado, claro, pero nunca dejé de ser en un trabajador en mi conciencia.
–Luego de la muerte de Néstor Kirchner, tomó relieve una palabra-concepto: militante. Desde el oficialismo se habla de un renacer de la militancia e incluso de “periodismo militante” en contraposición y hasta desestimando a la posición de “periodismo independiente”. ¿Qué opinión le merece ese periodismo? ¿Le molesta que lo emparenten con eso?

–Periodismo militante es el que está dispuesto a tragarse sapos por un bien más importante. El periodismo militante ve y sabe los defectos pero no los menciona. El periodista que quiere preservarse, que es mi caso, cuando detecta esto es lo suficientemente egoísta como para decir “me importo más yo y no me quiero causar el daño de perder credibilidad”. Esa credibilidad es poder demostrar lo que uno piensa con una construcción en la cual el que escucha no tenga que violar su inteligencia para creer. Si viviera en Uruguay tendría afinidad con un gobierno de izquierda pero no me callaría lo que no me gusta. Acá tampoco lo hago, en mi programa somos críticos de muchos temas a los que les doy un tratamiento cotidiano: las dificultades que tiene el Gobierno para instalar la despenalización del aborto, el paradigma de corrupción que es Ricardo Jaime, el Indec, la Ley de Minería. Soy el absoluto líder de los programas que yo hago.
–¿Cree que ese periodismo militante, en especial el del programa 6,7,8 colabora con esa polarización?

–Sí. Creo que se les va la mano en la generosidad al periodismo militante. Pero a 6,7,8 le veo una ventaja enorme: no miente y destruye la mentira de los otros. Recorre un camino que es demasiado afín con el Gobierno, y en todo caso no discute temas que lo comprometen, pero desnuda mentiras y éste es un mérito incuestionable que le hace mucho bien a la sociedad. Por otro lado, afecta a la polarización del periodismo en el sentido de que a veces creo que fui crítico del Gobierno para mostrar mi diferencia. Entonces, sobreactué la crítica. Eso me pasó por ejemplo con el tema de los dos millones de Néstor Kirchner tras salir la ley de medios.
–¿Se sintió forzado a sobreactuar la crítica al kirchnerismo?

–No forzado. Te entusiasmás con encontrar algo y de repente pegás más de lo que corresponde, porque el tema no daba para tanto. Entonces, creo que hay una ingenuidad en lo que hacen los que se llaman periodistas militantes a los que yo respeto, mientras no mientan, pero que no comparto.
–¿Hay independencia periodística en la Argentina?

–Yo soy independiente. Más que eso y mucho mejor que eso: soy libre. Pero el periodismo independiente es una aspiración cada vez menos alcanzable en la Argentina. ¿Cómo sos libre? Es una construcción en el tiempo. Sos libre si tenés una trayectoria que te proteja. Por eso puedo estar en una radio, como Continental, que pertenece a una empresa abiertamente confrontativa con el Gobierno diciendo lo que yo quiero. Yo podría discutirles la libertad a muchísimos periodistas. En los programas de cable de muchos de los que se dicen independientes, no hay sueldos importantes y ganan consiguiendo auspicios de empresas, bancos, corporaciones y gobiernos. Entonces, esos periodistas están referidos a esos intereses que pagan por protección. Sin embargo, la mayoría de los periodistas que se dicen independientes consideran que lo son en la medida en que están en la vereda de enfrente del poder político, pero hay otro tipo de poderes y para el periodismo la independencia de esos poderes es extraordinaria. Hoy es mucho más peligroso Clarín que el Gobierno. Hay mucho miedo a Clarín: a que te ignoren, a la crítica que te pueden destinar. A mí no me afecta porque tengo la fortaleza personal, moral y de trayectoria para decir lo que quiero. Mi límite es mi propia conciencia. Pero sí afecta a mucho periodista joven, a muchos actores y eso sí genera un recorte de la libertad de expresión. La desvergüenza de llamarte independiente y estar al servicio de ese tipo de intereses no tiene límites.
–¿Vota en la Argentina, le ofrecieron algún cargo?

–No voto en la Argentina. Nunca dejé de ser una persona del Frente Amplio y es el único voto que emití en mi vida. Y sí, tanto en la Argentina como en Uruguay me ofrecieron entrar en política, ofreciéndome cargos. Me ofreció Néstor Kirchner, me ofreció Mauricio Macri, me ofreció Tabaré Vázquez. Siempre dije que no. No podría ser parte de un colectivo privándome de decir lo que se me antoja. Además, la primera de las trabas para aceptar eso también fue económica. Mi actividad privada como comunicador siempre fue muy seductora. En consecuencia, cuando alguien te ofrece un cargo también te está pidiendo que dejes eso y te está pidiendo dinero. Es mucho dinero y yo no soy una persona de origen de fortuna que lo tenga todo salvado. Si dejo de trabajar ahora y llego a vivir 20 años más me como lo mío y lo de mis hijos.
–¿Cómo se ve en el futuro?

–Trabajando siempre en periodismo hasta que la lucidez y la garganta me aguanten. Por ahí, en algún momento tengo que dejar de relatar, algo que todavía no me ocurre ya que me divierto muchísimo. Quizás dentro de cuatro o cinco años, los golpes de estrés que estoy teniendo ahora me pasen factura. O, tal vez, lo peor, dejo de interesarle a los medios. Entonces me iré. Pero a mí me van a retirar. No me voy a retirar yo solo.

jueves, 5 de mayo de 2011

"Conversaciones con Víctor Hugo" (4ª Parte)

Por Julio Boccalatte y Marcos González Cézer
Para la Agencia de Noticias Télam

La charla con Víctor Hugo Morales llega a su final. Y el último repaso es sobre su historia personal con los Mundiales, desde el de Argentina 1978 al de Sudáfrica 2010. Siempre, claro, con la imagen de Diego Maradona sobrevolando

-¿Qué es un Mundial? 

-Es una carrera de 100 metros, normalmente un impostor en cuanto a los resultados porque puede ganar cualquiera. Los de México 1970 y Alemania 1974 me quedaron atravesados porque trabajaba en radios chicas que no tenían dinero para pagar los derechos. Mi primer mundial es el del 78. Vine a relatar para radio Oriental, de Montevideo. Lo viví a pleno, con enorme felicidad, con la alegría de que se jugaba en la Argentina pero, a la vez, con la enorme frustración de que Uruguay no estuviese, como no estuvo en España 82. Se perdió los dos Mundiales que no debía perderse.

-¿Disfrutó el Mundial de la Argentina? 
-Sí, lo disfruté a pleno. Vine a transmitir a la Argentina campeón del mundo. Me pareció que era un resultado normal, que perfectamente Argentina le podía meter cinco goles a Perú. No vi nada raro detrás del resultado porque para mí, insisto, la Argentina campeón del mundo era un final lógico, comprensible. Sí se armó un debate en otro sentido.

-¿En cuál? 
-En el puramente profesional, porque inauguré, al menos en este ámbito, las transmisiones "off-tube". Salvo el partido inaugural y los de la Argentina, el resto de los encuentros los transmitimos desde Colonia, con mi equipo. Eso provocó un gran debate en el mundo periodístico de mucha gente que después no tuvo más remedio que hacer las transmisiones así. Y esa fue una jugada mía que salió muy bien, tuvo mucha fuerza.

-Saltemos al Mundial de España 1982.
-Fui con la convicción de que la Argentina era favorita, por mantener el plantel que había ganado el Mundial anterior y, además, con Diego Maradona. Había toda una polémica que envolvía a César Luis Menotti, al equipo, que francamente ya no recuerdo. Y en lo futbolístico un resultado negativo con Bélgica en el primer partido condicionó su marcha en el resto del certamen. En ese partido se perdió todo, no le permitió una progresión y, apenas salió de su grupo clasificatorio, lo que le tocó era terrible.

-Italia y Brasil.
-Exacto. Pero, en lo personal, creo que en España 82 logré uno de los mejores relatos de mi carrera, en la vuelta olímpica de Italia tras vencer en la final a Alemania, porque tiene momentos muy buenos de narración y descripción. Y además estaba el hecho de que a mí me gustan los Mundiales en Europa, los que se juegan en países a escala humana digamos. Detesté los Mundiales en Estados Unidos (94) y Corea-Japón (2002), fui solamente a trabajar.

-Queda hoy la sensación de que esa década, la que incluyó los Mundiales de España 82, México 86 e Italia 90, fue clave en su vida profesional y personal, ¿es así? 
-Puede ser, sobre todo porque los Mundiales del 82 y 86 conforman el más alto nivel de la historia del fútbol mundial.

-¿Por qué? 
-Por el juego y por la cantidad de selecciones que tuvieron chances y que jugaron bien y que participaron con posibilidades.

Grandes equipos. Mayor número de partidos tremendos. La Selección Argentina hizo en México 86 el mejor fútbol que haya visto yo en un Mundial. Y en el de Italia, que casualmente fue el peor de los campeonatos del mundo, es al que vuelvo desde la nostalgia.

-Explique eso.
-Humanamente fue para mí el mejor de los Mundiales porque, primero y la que ya dije, los países europeos te permiten vivir en lugares a escala humana: trasladarte en tren, ir en auto de una ciudad a otra. Ver todo. Estar feliz con la convivencia mientras no hay futbol, feliz con lo que ocurre. Saltar de Italia 90 a Estados Unidos 1994 fue un golpe insoportable, lo mismo que pasar de Francia 1998 a Corea-Japón 2002. Esos Mundiales no me llenaron.

-Pero cómo, en el marco de sus recuerdos, un campeonato tan pobre en lo futbolístico como el de Italia está entre sus preferidos.
-El Mundial fue horrible, es verdad, pero los partidos que Argentina les ganó a Brasil y a Italia son imposibles de olvidar.

Y, para mí, sobre todo el retorno de Nápoles después de ganarle a Italia por penales. Es uno de los episodios más lindos de la vida.

Un grupo de amigos, volviendo felices. La experiencia de entrar a Roma a las tres de la mañana viniendo de Nápoles, y encontrar el silencio más grande que vi en una ciudad en toda mi vida.

-¿Qué otro recuerdo puntual le quedó de ese partido? 
-La hazaña completa. Los relatores recordamos los goles por cómo los relatamos. Y los partidos por cómo nos fue, no solamente por los resultados. Ese partido contra Italia era imposible de ganar, ¿cómo ibas a sacar a Italia de su campeonato del mundo? Y Argentina la sacó bien. Fue mejor que Italia. Desde México 86 en adelante, ese fue el único gran partido de Argentina. Y nosotros hicimos una gran transmisión. En esos tiempos disfrutamos mucho porque apareció una comunicación muy fluida con Italia. Fue desde el punto de vista periodístico el más grande trabajo radial que hice con un equipo en mi vida. Se juntó un trabajo impecable con el acceso de la Argentina a la final, más allá del pobre nivel futbolístico del campeonato, y por eso no lo olvido más.

-Después, ya lo dijo, el de Estados Unidos 94...
-... fue un Mundial que no debió jugarse ahí. Los Mundiales deben jugarse en países que tienen pasión real por el fútbol. No me acuerdo ni de los detalles, ni de los partidos. No me sentí cómodo ni me gustó nunca, antes, durante o después. Solamente recuerdo las grandes distancias, de Boston a Dallas, y esas cosas.

-Pero tuvo revancha en Francia.
-Claro, ahí me sentí como pez en el agua. Lo mismo que en Alemania 2006: la pasé genial en Alemania, me llevé una felicidad inmensa en lo personal. Alemania siempre fue muy grata con la Argentina, muy cordial, y yo lo pude palpar allí. En cambio, como dije también, de Corea-Japón tengo apenas recuerdos y lo mismo me pasó en Sudáfrica, el año pasado: no me interesó prácticamente en ningún sentido. No me interesaron las ciudades, ni culturalmente.

Después de recorrer los museos donde están las miserias humanas más espantosas que se vivieron ahí, el interés decae. Después no hay nada que prácticamente te diese satisfacción.

-Pero hagamos un repaso desde el aspecto futbolístico.
-Creo, en principio, que hay una enorme injusticia respecto del reconocimiento del seleccionado del 98, dirigido por Daniel Passarella. Quedó eliminado en cuartos de final ante Holanda en un partido que tranquilamente pudo haber ganado. Pero peor es lo de 2002: la enorme frustración de quedar eliminados en la primera rueda se terminó imponiendo a lo que fueron, para mí, cuatro años de gran fútbol de la Argentina. La Selección fue grande como nunca en esa etapa.

-No le importa a usted el resultado del Mundial.
-No, no me importa. Sé que a la gente sí, lo que está vendido es eso. Mi cabeza está hecha de otra manera para evaluar eso. Me quedó un gusto amargo por lo que le quedó a la sociedad futbolística argentina pero no por mí.

-No cambió su valoración por Marcelo Bielsa.
-De ninguna manera. Bielsa sigue siendo para mí un verdadero genio, el mejor entrenador de fútbol del mundo. Pero por escándalo.

Y el más coherente de los directores técnicos. En todos los rubros es un tipo que no tenés manera de vulnerar y sobre todo por su continuidad en sus convicciones a rajatabla en cualquier lado. El va con Chile a jugar el campeonato del mundo y lo juega muy bien.

Le juega a Brasil y a España de la misma manera que intentó jugarles a los equipos que son sus iguales o inferiores.

-¿Y qué concepto tiene del equipo de José Pekerman en Alemania? -También fue un buen seleccionado. Me gustó el fútbol que desplegó Argentina. A veces me da mucha bronca porque lo que se le ve al Barcelona es casi una sobreactuación de una idea, pero la Argentina del 2006 jugaba como España.
-De ese Mundial, entre otras cosas, se recuerda a Lionel Messi en el banco de los suplentes en el partido con Alemania mirando al piso, a un costado. ¿Tiene ese registro? -Sí, tengo ese registro. Y creo que para Messi fue una gran experiencia. Pekerman quizás cometió un error, pero a Messi le vino fantástico. Pekerman terminó haciendo mucho por Messi. Nunca será valorado ni por el propio Messi pero la lección de vida de haberlo dejado ahí es muy fuerte. Tal vez no le sirvió a la Selección porque creo que no debió privarse de Messi, pero Messi tampoco cambiaba la ecuación decididamente. Me parece comprensible lo que hizo Pekerman.

-Nos resta el de Sudáfrica, con Diego en el banco.
-Iba todo muy bien. Lamenté muchísimo lo que pasó. Si Diego hubiese jugado el Mundial como lo hizo con Alemania en un amistoso de marzo previo (triunfo 1-0, gol de Gonzalo Higuaín), ahí tenía el equipo, la forma de jugar. A Diego lo seduce y lo condiciona en Sudáfrica tener seis delanteros fantásticos. No podés dejar a cuatro en el banco, es demasiado. Entonces se le ocurre jugar con tres y eso que le iba a dar resultado contra rivales más débiles, ante equipos más fuertes era un riesgo.

-Más allá de que en algún momento pudo empatar...
-... cuando estaba 0-1, es verdad, y podríamos estar hablando de otra cosa. El segundo gol de Alemania se produce cuando Argentina merecía el empate. Así lo dije en mi relato. La madre del borrego fue que se saliese del 4-4-2 que le había dado tan buenos resultados. Entiendo por qué lo hizo. Fue de mayor a menor. Ya contra México hubo declinación y triunfo no demasiado justo y fue el anticipo de lo que podía ocurrir con Alemania. No me gustó el descalabro posterior, el sentido autodestructivo que le ganó al equipo después del segundo gol de Alemania.

-Víctor Hugo, en la entrevista anterior hablamos de los relatos emblemáticos de su carrera, pero nos quedó uno en el tintero, con el que nos gustaría cerrar la charla.
-Con cuál.

-El de la "Mano de Dios", el primero de Maradona a Inglaterra en los cuartos de final de México 86.
-Es el que define mi vida como relator.

-¿Por qué?
-Porque es el relato que quiere el espectáculo pero también quiere la objetividad del hecho en sí mismo. Creo que es un portento de relato de criterio independiente. Lo quiero más que al otro que hice ese día, fruto de inspiración, visceral, emocional, pero el relato del gol con la mano está hecho del sentido periodístico que le doy a mi vida, que es el rigor de la incapacidad de ocultar un hecho que no sea conveniente para lo que uno tiene su audiencia, es decir: lo políticamente no correcto.

-Usted dice que fue con la mano.
-Exacto. Y hay una anécdota que después me condicionó muchísimo: le pregunté al aire al ya fallecido compañero y amigo Ricardo Sciocia, que estaba en estudios: "¿El gol fue con la mano?". Y me dice: "El gol fue de cabeza". Me quería morir. Yo había dicho que fue con la mano. Me quedé como un pollo mojado, me quería morir.

-Pero fue con la mano.
-Fue con la mano.

-Entonces, ¿ese gol con la mano qué simboliza en su carrera? 
-Simboliza la capacidad para decir la verdad.

miércoles, 27 de abril de 2011

"Conversaciones con Víctor Hugo" (3ª Parte)

Por Julio Boccalatte y Marcos González Céser
Para la Agencia de Noticias Télam

Hay un paradigma, claro está, convertido ya en leyenda: aquel del "barrilete cósmico" en el segundo gol de Diego Maradona en el Argentina 2 - Inglaterra 1 por los cuartos de final del Mundial de México 1986, en el que el seleccionado nacional salió campeón.

-¿Lo recuerda, Víctor Hugo? -Cómo no.

-Por las dudas, entonces: "La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona. Lo marcan dos. Pisa la pelota Maradona. Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tendal y va a tocar para Burruchaga. ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta... Goooooool. Gooooool. ¡Quiero llorar! ¡Dios santo, viva el fútbol! ¡Golaaaaaaazooooooo! ¡Diegooooooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme. Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos. Barrilete cósmico.

¿De qué planeta viniste? Para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina.

Argentina 2, Inglaterra 0. Diegol. Diegol. Diego Armando Maradona.

Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2, Inglaterra 0".

-¿Saben qué? Durante años no quise escucharlo. Lo hice al otro día del partido y no me sentí bien, me dio un poco de vergüenza.

-¿Por qué? -Suelo decir que fue como si me filmaran un día que me dio por salir corriendo borracho por la calle y luego me pasaran la película. Les cuento algunos hechos que recuerdo de ese episodio.

Sé que por un instante me quedó la mente en blanco, una especie de emoción violenta como la que suele mencionarse en hechos criminales. Que blandía el puño hacia alguna gente. Que lloré, claro, recuerdo que lloré.

-Y después, durante buena parte del relato del partido entre Argentina e Inglaterra, se la pasó pidiendo disculpas.

-Es verdad, porque sentía que había hecho una macana. Así que en efecto pasó bastante tiempo antes de aceptar el relato y confieso que sólo lo escucho cuando me sorprenden. Pero el tiempo me fue poniendo a buenas con el gol. Un día empecé a decirme que quién era yo, qué clase de desagradecido a la vida era yo permitiéndome negar el episodio más trascendente de mi vida como relator.

-¿Qué le objeta puntualmente a ese relato? -El exceso y la falta de detalles en la narración. "Genio, genio, genio, tatata...", qué se yo, no tiene nada de descripción.

Diego pasaba tipos como si fuesen conos y yo dale con "genio, tatata".

-De todos modos, con sus dudas, con sus cuestionamientos, entiende que, al menos en su condición de relator y para el pueblo futbolero, es el momento más importante de sus 30 años aquí.

-Claro que lo entiendo. Es lo único que habrá de sobrevivirme profesionalmente. Cuando sea nada más que huesos o polvo alguien escuchará ese gol. Nada menos que eso le debo a Diego. La posibilidad de haber dejado un rastro, una huella. Y en vida me dio afecto, trascendencia fuera de fronteras, respeto entre los colegas relatores.

-¿Recuerda por qué fue un relato tan visceral? -Una prodigiosa combinación entre el arte de Diego y algunas cuestiones personales. El gol fue maravilloso y aunque siempre se habla de la expresión "barrilete cósmico", creo que el acierto mayor fue declararla la jugada de todos los tiempos.

-¿Y las cuestiones personales? -Creo que, en principio, se mezcló lo de Malvinas, que aún era una herida abierta toda vez que se pensaba en los ingleses.

Allá en México se disimulaba, pero todos sabíamos del profundo deseo de los argentinos por ganar ese partido, aunque más no fuera ése. Y otro hecho era una cierta bronca con México porque le daban la contra a la Argentina y también a Uruguay, eso lo padeció mi mujer en la tribuna en un partido de la "Celeste".

-Evidentemente se le mezclaron varias cosas.

-Exacto. Por eso gritar el gol en ese escenario de los pupitres de la tribuna, ante algún colega mexicano que tenía especialmente identificado, me dio muchísimo gusto. En cierto modo también me dolía, porque México ha sido un país muy especial para mí. Era Cantinflas, Miguel Aceves Mejía, José Alfredo Giménez...

Había ido de luna de miel porque tenía fascinación por el país y, miren cómo son las cosas, hoy un hijo mío vive en México, está casado con una mexicana y tengo un nieto mexicano.

-¿Y desde el costado puramente futbolístico, no había nada? -Sí, había también. Alimentaba la locura en el relato el hecho de tener razón, algo que el ser humano anhela más que nada.

-¿En qué le daba la razón aquel gol de Maradona? -En haber sostenido a Carlos Bilardo. En medio de todo lo que se oponía a la Selección de Bilardo, yo había hecho una buena apuesta personal, muy convencido y con esa desmesura que suelo aportar a mis convicciones. Ganarle a Inglaterra era ver el pronóstico cumplido. Todo eso fue parte del relato.

-Hay otro relato simbólico de un gol de Maradona.

-A ver...

-... Redondo para Maradona, Maradona para Redondo, Redondo para Cani, Cani para Redondo, Redondo para Maradona, Maradona en la media luna, tiróooooo, ¡gol! ¡Goooooooooolllll! ¡Gooooooolllll argentino, Mmmmmmaradona! Un maravilloso remate al ángulo superior derecho como fin de una jugada fantástica del equipo argentino, una sucesión de toques, no se sabía dónde estaba la pelota, parecía en un flipper, pero toda la maquinita parecía azul. Finalmente Diego Armando Maradona sin que nadie lo esperara sacó un remate soberbio al ángulo superior derecho. Aquí los argentinos cerca de la cabina de Radio Continental se miran con asombro y se dicen: "¿Pero vos viste lo que fue eso? ¿Pero vos te das cuenta? ¡Está vivo! ¡Gardel está vivo!". Remató de media vuelta, la puso en el ángulo y Maradona, acordándose de un griego que solía hablar con humildad, esta vez dijo: "De fútbol lo sé todo".

-El gol de Diego a Grecia, tercero de Argentina, en el Mundial de Estados Unidos 94.

-Exacto.

-¿Ven? Lo comparo con el relato en México y digo: es genial.

Pido perdón por decirlo así, me abochorna, pero es lo que siento.

Es un relato extraordinario. Hay detalles, velocidad, un anticipo increíble porque se escucha claramente que la gente clama el gol después de mi grito. Eso es un buen relato de un gol.

-Pero, eso sí, siempre Maradona...

-Sí, siempre Maradona en mi vida de relator. El primero en la Argentina, aquello de "la soltó como una lagrima"; uno en Florencia, "si viviese Miguel Angel te pinta, Diego, te pinta". El gol a los ingleses. Los que le metió a Belgica en las semifinales del Mundial de México, uno que hablo de que por la tangente de la tierra, no se qué cosa, algo de los tapones de los zapatos de Diego, el mundo a los pies de Maradona; el pase a Caniggia contra Brasil en el Mundial de Italia 90, el último gol que metió con la camiseta de Boca (aquel globo impresionante contra Belgrano)...

Diego fue siempre el gran estímulo a la imaginación de los relatores y los comentaristas. Lo que Mozart o Picasso para un analista de arte, eso fue Diego para mí.

miércoles, 20 de abril de 2011

"Conversaciones con Víctor Hugo" (2ª Parte)

Por Julio Bocalatte y Marcos González Cézer
Para la Agencia de Noticias Télam

Víctor Hugo Morales sigue ahora el repaso de sus 30 años en la Argentina. El arribo, la dictadura, la llegada de la democracia, los palos en la rueda a Raúl Alfonsín. Y Diego Maradona, claro, atravesando gran parte de su experiencia aquí.

-¿Qué recuerda de la llegada a Buenos Aires?
-Fue el 18 de febrero de 1981. El avión sobrevoló como una hora en el crepúsculo dorado de la tarde y luego anocheció. El amarillo de las luces de la ciudad tan extendida me intimidó y le pregunté a Jorge Crossa qué estábamos haciendo ahí, en ese avión, rumbo a lo desconocido. Crossa había sido mi mano derecha en Uruguay y me acompañó en los primeros años acá en Buenos Aires.

Miraba por la ventanilla y me parecía que estaba golpeando la puerta a un sueño imposible.

-¿Y el recuerdo más puntual del comienzo de su carrera aquí?
-El momento de la llegada a la Bombonera cuatro días más tarde, el 22, el mismo día que debutaba Diego Maradona en Boca. Dos noches antes había habido una presentación en el estadio por su pase y recuerdo lo impresionante que era escuchar en todas las radios al “Gordo” (José María) Muñoz. Achicaba de antemano. La empresa parecía imposible.

-¿Estaba muy nervioso la noche del debut?
-Soy, por naturaleza, una persona que teme mucho defraudar, me paraliza ese sentimiento. Así que sí, fui a la cancha muy nervioso, deseando que aquello empezara de una buena vez.

-¿Y quedó conforme con su trabajo?
-La transmisión salió muy bien. En vez de nublarme, como temía, me fui arrimando al micrófono como un jugador al que le salen bien las jugadas iniciales y va tomando confianza. Me ayudaron mucho (Néstor) Ibarra, (Fernando) Niembro, Ricardo Jurado, los que estaban en la cabina… en fin. Todo el equipo ahí y desde las conexiones fue muy solidario. Era el comienzo de una etapa que haría historia en la radiofonía pero en ese momento no éramos conscientes de eso.

-Ahora, a la distancia, ¿qué elementos sostuvieron aquel proyecto que, como bien dice, terminó haciendo historia?
-La calidad del equipo, sin dudas. Ibarra, que decía como nadie desde (Enzo) Ardigó; Niembro, que ya se sabe ve muy bien el fútbol; Jurado, que impactaba con esa voz de los locutores argentinos que siempre fueron mi locura… Y los otros integrantes, empezando por (Adrián) Paenza y pasando por (Alejandro) Apo, (Marcelo) Araujo, Eguía, De Turris, Ruprecht, (Diego) Bonadeo…

-De todos los que nombra, con el único que mantiene hoy un entredicho es justamente con Diego Bonadeo.
-No sé ni sabré nunca que pasó. Todas las personas que no me quieren tienen un motivo y las entiendo. Pero Bonadeo padre no, salvo que fuese todo un tema la estúpida discusión que hubo hace años sobre (Carlos) Bilardo y (César) Menotti… Pero ese es un asunto tan chiquito que no creo. Me cuido en la discusión para no herir a su hijo Gonzalo, con quien tengo una muy buena relación, pero a veces me desaliento con las cosas que dice. Así que prefiero salir de ese tema.

-Volviendo a aquel equipo, entonces, y a su presencia en particular: ¿cómo lo trató el periodismo en esa época?
-Le debo mucho, como ya lo he dicho. Me convirtieron en algo supuestamente exitoso antes de que fuese más o menos cierto.

-¿Y por qué cree que pasó eso?
-Pienso que era por embromarlo a Muñoz, que en esos años tenía mucha gente adversa por la relación que se le atribuía con el gobierno. En ese contexto yo era la contra.

-¿Usted qué opinión puntual tiene sobre Muñoz?
-Cuando murió hacía tiempo que estábamos a buenas, en una relación cordial. En algunos asuntos era un tipo generoso. Mi mujer le tenía simpatía porque en los viajes Muñoz se ocupaba de todo, era protector, y yo que soy cómodo lo dejaba hacer.

-Pero la relación no fue siempre cordial.
-Es verdad. Al principio estuvo más tensa y ocurrió aquello del disco de los goles del Boca campeón con Maradona que la división Discos de Canal 7 me encargó a mí, y no sé si fue él o algún allegado que fue a reprochar que le dieran el trabajo a un zurdo extranjero, tupamaro, y no a él. Pero para mí aquel disco fue un bautismo, un reconocimiento excepcional. Pero lo que digo: más adelante estuvo todo bien con el Gordo.

-Y en los viajes, dice, era solidario.
-Absolutamente. Era súper-organizado y tenía un técnico increíble, el Gordo Martí, con el que me hicieron grandes gauchadas en transmisiones internacionales. Así que lo que digo, estábamos bien cuando murió. Y diez años después de su muerte estuve en una misa y me enojé bastante, porque salvo Falcón y algún otro no habían ido unos cuantos que le debían mucho. Cosas de la vida, miserias como las de la radio que el Gordo hizo grande y que a poco de morir prescindió de su hijo Carlos Alberto. Eso es no tener corazón ni gratitud.

-Para desarrollar una relación cordial con Muñoz, sin embargo, usted debió obviar el tema político.
-Los voy a sorprender y por ahí peco de idiota frente a muchos, pero tengo la teoría de que Muñoz era un ingenuo.

Peligroso, porque de vez en cuando tenía poder y sé que era bravo.

Pero era ingenuo.

-¿En qué lo advertía?
-En que era débil frente al poder, que para mí es todo un tema desde que yo era muchacho. El Gordo los veía realmente como tipos importantes, valiosos. Y él quería ese poder para hacer cosas, en el peor de los casos para lucirse. Por supuesto que los que sufrieron tanto en aquella época no están para considerar ni perdonar supuestos ingenuos. Le encantaba el contacto con el poder, pero le sacaba jugo a su manera, los usaba para hacer cosas que él creía que estaban bien. Conseguir cosas que para otros eran imposibles. Estoy casi seguro de que ganó mucho menos dinero que (Mariano) Closs, Niembro, yo mismo, Araujo….

-Usted sostiene inclusive la posibilidad de que fuese utilizado…
-La relación con el poder militar cuando se es una figura tan expuesta, tan popular, es casi inevitable en tiempos de dictadura.

Salvo los que están en la plena pelea y sus familias, los que permanecen lúcidos digamos, a los demás les gana la inercia, la vida continúa. Así que si no fuera en ese contexto no se entendería lo que fue el “fenómeno Muñoz”. Quizás me olvido buena parte de la película pero lo que digo es como lo siento ahora.

-A propósito, ¿cómo vivió esos años de la dictadura argentina?
-Cuando llegué ya se había debilitado. Se hablaba con frecuencia de los desaparecidos. En el mundo del fútbol todavía se le temía a (Carlos Alberto) Lacoste y a mí me cayó entonces la ficha del mundial. Pero se daba a entender lo que pasaba. Estaba la gloriosa revista Humor, en las transmisiones le fuimos dando lugar a “Cada loco con su tema” y ahí se bajaba línea bastante. Yo me mandé de entrada con una frase jugando con la canción “A desalambrar” de Viglietti… El contexto seguía siendo complicado pero había margen para las provocaciones que supiesen encontrar un límite. A eso se jugaba. Y los militares terminaron consumando el desatino de Malvinas buscando la salvación de un régimen ya deteriorado.

-¿Y usted? ¿Cuándo supo que iba a quedarse?
-Antes de los dos meses de estar aquí, a mediados de abril.

Yo siempre fui muy trasnochador, y después de aquel 3 a 0 de Boca sobre River en la Bombonera, cuando Diego Maradona lo dejó desparramado al “Pato” (Ubaldo) Fillol y a mí en el relato me salió “¡que sea, que sea!”, en un kiosco de diarios, casi al alba, vi la tapa del Diario Popular: “Tatatata, Boca 3-0”. Sentí una alegría y un alivio enormes, porque era una especie de bautismo de popularidad. Siempre recuerdo esa tapa. Yo existía en la temida y adorada Buenos Aires, porque nadie titularía así si no estuviera escribiendo algo que el pueblo conoce.

-El “tatata” se impuso rápidamente como marca registrada.
-También ayudó mucho el trabajo de mi equipo. Julio Moyano conseguía que fuese a los programas más populares, como el de Minguito (Juan Carlos Altavista), como Polémica en el Bar, Cordiamente con (Juan Carlos) Mareco, el Contra de Juan Carlos Calabró, Grandes valores del tango con Silvio Soldán. Tuve una gran exposición en los medios. No sé bien si todo fue en aquel primer año, quizás mis recuerdos se mezclan, pero sí sé que se corresponden con mis comienzos y mi afirmación aquí. Tanto que cuanto finalizó el primer año me hicieron contrato por otros cuatro.

-Ahí recibió la bendición.
-Sí, eso fue fantástico, aunque había pasado un año difícil desde el punto de vista económico porque cuando llegué pasó aquello de la tablita de (José) Martínez de Hoz, así que gané la sexta parte de lo que ganaba en Montevideo. Pero por lo demás fue fantástico: empezaba a hacerme amigo de la confitería Richmond por el ajedrez, del teatro Colón, de los restaurantes, de la noche y el tango… -Y llegaba la democracia.

-Y llegaba la democracia con aquellos vientos del 80 que cantaba Rubén Juárez. Peleaba por (Raúl) Alfonsín, al que veía luchar contra los poderes corporativos diabólicos, la iglesia, los sindicatos que entonces fueron atroces, el poder económico de los egoístas de siempre. Y contra los medios, claro: yo fui de los primeros en tomar nota del cáncer de Clarín.

-Su primer año en la Argentina coincidió con la primera temporada de Maradona en Boca: ¿en cuánto influyó Diego en su carrera?
-Diego cambiaba la ecuación de todo. El y su fantástico año 81 hicieron mucho por mí. Porque Muñoz debía hacer una transmisión más periodística, debía alternar con todos los equipos, pero nosotros sólo podíamos ir con Boca y River, o mejor dicho con Boca sobre todo, porque allí estaba el mayor interés: estaba siempre arriba en la tabla.

-¿La estrategia fue diferenciarse de las otras transmisiones?
-Sí, le escapábamos al Gordo y conseguíamos oyentes cada domingo, porque además Yiyo Arangio, que era flor de relator, tenía menos radio, menos apoyo y también iba más a lo periodístico.

Maradona fue, así y desde el primer día, una ayuda estratégica que no me cansaré nunca de agradecer. Los relatos de sus goles, aun mucho antes del gol a los ingleses en el Mundial de México 86, eran un formidable desafío al intelecto, a un estilo que yo daba en el que calaba de a poco adornos y florituras que en aquella época me gustaban y sorprendían a la audiencia.

-Más allá de aquel inolvidable “barrilete cósmico”, ¿sus mejores relatos están vinculados a Maradona?
-Sin ninguna duda. No hay muchos tipos de los que un relator pueda decir cualquier cosa y eso quede bien. Con Diego todo era posible. Los mejores goles y relatos de mi vida están referidos a él. Lo he tratado muy poco, como debe ser, pero creo que he podido dejar constancia de mi amor, de mi afecto inclaudicable por todo lo que sea Maradona incluyendo su vida, su familia, su padre sobre todo, Claudia que aunque no sea ahora la mujer siempre es “la” mujer con todo respeto por la vida de Diego. Lo veo como un personaje único, con una luz interior de inteligencia fuera de lo común. Sus famosas frases no son casualidad. Es un talento especial.

-Y ahora viene Messi.

-Me cae simpatiquísimo Messi, me parece el mejor del mundo lejos hoy día, pero aunque acepto gustosamente que es la primera vez que aparece un tipo que puede igualarlo, la prematura comparación me molesta. Diego sigue siendo intocable. Los he visto y relatado a ambos y digo que aún Diego es el del altar, y Messi el Mesías.