lunes, 13 de junio de 2011

"El mejor de todos", la columna de Víctor Hugo para Tiempo Argentino

 Debería haber jugado un partido extraordinario. Tendría que haber ganado por goleada, provocado el éxtasis de sus fieles seguidores. Debería haberse consagrado en una cancha a reventar, vibrante, rebosante de energía y festividad. Vélez merecía un final con estadio lleno. Una consagración propia del mejor de todos. De un cabal campeón.
Pero no fue así. No lo fue desde el mismo comienzo de la tarde. Quizás fue el rebote del sol de otoño en las tribunas tan blancas del estadio de Huracán, el horario de siesta que se ofreció al partido. Acaso fue que Vélez siempre supo que cuando quería lo ganaba, o la certeza de Huracán sobre su inferioridad manifiesta, dolorosa. O por ahí ocurrió que se demoró el gol más de lo aconsejable. Vaya uno a saber. Pero qué espectáculo tan desprovisto de categoría el que ofrecieron durante el primer tiempo los muchachos de Pompei y Gareca, ambos equipos, en una tarde casi decisiva para la suerte de los que buscaban el título o evitar el descenso directo, pero indiferentes a esas suertes tan encontradas.
Ni Vélez moría por ser campeón, ni a Huracán le partía el corazón su descenso lento a los abismos. Y así le gastaron a la tarde la primera hora del partido. Porque hasta que empezó el segundo tiempo, podía decirse que era una suerte la ausencia de la gente. Pero apareció Santiago Silva. Olvidado de su propio resbalón en la Copa Libertadores, evitó que Vélez pisara en falso y que el tedio se devorase el ímpetu imprescindible que era necesario para ganar el partido. El cabezazo en el segundo palo, desde atrás de un arquero que salió a manotear una pelota que se alejaba del arco, vino a salvar el partido.
Iban seis minutos y lo que vendría después ya sería algo mucho más cercano a las expectativas. Sin que ningún jugador se destacase, el colectivo de ambos equipos funcionó mejor y el espectáculo se fue armando hasta alcanzar su cresta en los minutos finales, cuando Huracán tuvo alguna chance de empatar y Vélez unas cuantas contras prometedoras. En una de ellas, hubo un penal y David Ramírez bajó la cortina. Los de Vélez se fueron al living a esperar a Lanús. Tenían muy bien en claro que si los Granates perdían con Argentinos, seguro que había que salir para el Fortín de Liniers  a participar de un festejo que los velezanos merecen como nadie en el fútbol de la Argentina de hoy.

LA VE AZULADA EN EL CORAZÓN.  Vélez merecía un final con estadio lleno, con la definición a la misma hora, con la vuelta olímpica en la cúspide de la emoción, pero no pudo ser.
El fútbol, que con su jerarquía institucional el propio Vélez reflota a la mejor consideracion, le fue esquivo para valorar una imposición que si no es brillante como en otras ocasiones, tiene la consistencia de lo indiscutible.
La solidez tantas veces mencionada de la institución, la capacidad de Ricardo Gareca para hacer del equilibrio una faceta también futbolística, y un plantel que se acostumbró a jugar a lo grande, son el sustento de un triunfo que nadie objeta, que se respeta como la conclusión más afín con las utopías que se tienen para el fútbol como para la propia sociedad.
Lanús, otro de los grandes de la época del fútbol austero, se prendió a la ilusión un poco tarde. Macaneó puntos en una etapa en la que no soñaba con una participación tan lúcida y fue allí, no ayer, que resignó su chance. Pero le dio al campeonato una emoción final, un dejo de incertidumbre, que lo deja en el plano más alto de la consideración. Con Vélez, con Estudiantes, conforman un trío de clubes que son el ejemplo de cuanto hay para hacer de bueno, a partir de una ética institucional que luego se traslada a las canchas.
Habrá siempre un vaivén en las tablas, pero en todos estos años se alejaron del pelotón, que aún arrastra los males engendrados por un fútbol que vive sin controles, y ante los cuales los resortes éticos, propios de cada club, son la mejor defensa para seguir siendo grandes. Se ganen o no campeonatos.

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